4 feb 2008

en poleiro alleo
Aldeas, de Antón Baamonde (El País 4 febreiro)

Afirma en algún lugar Riszard Kapuscinski que en todas partes las gentes de la ciudad han despreciado a los campesinos y que así ha sido también en Polonia, donde los habitantes de Varsovia sólo han visto en los labriegos la mugre, la rudeza y la ausencia de modales. El juicio vale, desde luego, también para describir la actitud de los gallegos, enojados tal vez consigo mismos por proceder, en una muy amplia mayoría, de orígenes rurales. Fuera de venerables intelectuales galleguistas como Don Ramón Otero Pedrayo, que hizo de la aldea objeto de reflexiones muy sutiles y llenas de empatía, lo normal entre nosotros ha sido denostar con gran vehemencia, hasta llegar a lo mórbido, la vida del campo. (...)
(...) No hay ni que decir que el Banco de Tierras, la iniciativa que está llevando a cabo la Consellería de Medio Rural, es un hito más en el proceso de progresiva capitalización de nuestro campo. No hay que ser un lince para entender que no es sólo que las explotaciones que sobrevivieron a la reconversión salvaje de nuestro campo que tuvo lugar en los últimos 30 o 40 años han de ser, por fuerza, saneadas y dotadas de cierta rentabilidad. Además, la explotación de la madera a cargo de grandes propietarios, el éxito relativo de nuestros vinos -que aún tienen un gran recorrido por delante-; las canteras de granito, tan agresivas para el paisaje y a veces ilegales, o una Coren que no cesa, extendiendo sus propiedades, dibujan una escena de nuestro campo muy distinta a la tradicional en la que el dinero ha entrado con mucha fuerza.
Pero tal vez la ecuación más complicada de resolver es la que afecta al cambio de actitudes y de mentalidad. Las aldeas ¿están desapareciendo o simplemente han cambiado de lugar? No puede caber duda de que la aldea ha de buscarse hoy más bien en los barrios de nuestras ciudades, en los catedráticos de economía, los empresarios del metal, las señoras de la limpieza, los vendedores del Corte Inglés y, por supuesto, los miembros del Parlamento. Es allí dónde hay que intentar localizar los gestos, los automatismos, todo el material genético incorporado a una cultura y una forma de vida que no puede evaporarse en el transcurso de una sola generación sin dejar rastro. (...)
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Cuando pasan los años uno siente que se va pareciendo a los silencios de sus padres

Un día, vestido con corbata y camisa blanca, en medio de la Redacción del periódico, vi que un hombre venía hacia mi por un pasillo; es mi padre, dije, y se soliviantó mi ánimo, mi cara, supongo que di un salto en mi interior, hasta que finalmente, después de ese segundo extraño, sobrenatural, que me hizo temblar de pavor y de pasado, como ahora mismo que lo estoy contando, me di cuenta de que era yo mismo caminando desde el espejo.
Tomé una botella de agua de la nevera, paseé un rato en medio de las mesas, busqué acomodo en el silencio de un cuarto de baño, y exigí de mi ánimo un alivio; verte como tu padre, como él fue, no es tan sólo una evidencia física, una similitud de rasgos natural, o sobrenatural, una similitud que se va acentuando a medida que pasan los años y uno se parece a lo que fue su primer modelo; es mucho más, como si de pronto su fracaso, o su frustración, o ese último suspiro que viste que iba dando, mientras tú te acercabas, tímidamente, a la puerta del hospital en el que agonizaba, fuera en tu espíritu también una herencia, como si tu propia respiración siguiera a aquélla.
Luego ya no me vi en el espejo, y me reafirmé en esa vieja costumbre de no asomarse jamás a esos cristales que no sólo descubren quién eres sino quién fuiste, pero del mismo modo sé que uno nunca deja la isla de la que fue ni la isla de la que es, así que ahora también viajo, y vivo, y me veo en los espejos cuando me afeito, aquellos rasgos que poco a poco fueron haciendo su cara y que ahora, también poco a poco, van haciendo mi cara, hasta ser ya la cara de un hombre de cincuenta y ocho años que tiene en algunos momentos el mismo semblante de su padre.
JUAN CRUZ, Ojalá octubre, Alfaguara, 2007, pp. 91 e 11-112.

TEMPO DE CRER OU DE CONVENCER?

La Región 4.2.08. Imaxe: Estudo sobre o papa Inocencio X de Velázquez, de BACON.

“Tiempo de creer”. Así é como reza, e nunca mellor dito, o lema do PSOE nesta precampaña electoral. Ese era o eslogan que estaba en todas as pancartas do Pavillón dos Remedios o pasado venres, no mitin de Zapatero. Por certo, todas as pancartas en castelán. Aínda que os tres primeiros oradores falaron en galego, todo hai que dicilo. Mal galego, pero isto é xa un mal endémico no eido da política. Seica hai un ruxe ruxe sobre este lema preelectoral socialista: dende logo non semella un eslogan moi laico e co que está chovendo (no antroido e nos púlpitos) deberon molestarse en buscar unha linguaxe menos relixiosa.
Hai que supoñer que as campañas electorais son para convencer ós votantes: do xa realizado, do que se pode facer, do que non fixeron os outros, etc. E un despois vota (ou non) máis ou menos convencido das propostas de cadaquén. Pero non, agora queren pedirnos un pouco máis: ademais do voto, temos que crer. Crer que ese voto é a mellor alternativa, quizais. Crer que o candidato que o pide é honesto e serio. Ou crer, tamén, que se van gañar as eleccións. Quizais sexa unha consigna pensada para a militancia e os simpatizantes: así se entende todo. Velaí o entusiasmo do Pavillón dos Remedios a rebordar arredor do seu líder: os asistentes dispostos a crer calquera cousa.
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